10 de diciembre de 2014

El Tuenti se nos rompió de tanto usarlo


Casi nueve años después de su creación, Tuenti sigue ahí, más muerto que vivo. Actualmente, el Tuenti es como el culo: sabemos que está ahí, pero nunca lo vemos. Tómate esto, si quieres, como un epitafio póstumo. Porque, afrontémoslo, no queremos borrar nuestra cuenta porque seguimos aferrados a nuestro pasado, a nuestra gloriosa época cani y a esos tiempos en los que lo primero que hacíamos al llegar del instituto, era mirar el dichoso Tuenti. Porque no puedes ocultarlo, esa foto que te hiciste con 16 años en la que intentas tomarte un cubata por la oreja sigue ahí. Y lo sabes. 

Tuenti se llama así porque no hay nadie mayor de esa edad. Tuenti, twenty, o sea, veinte en inglés. Por si no sois del plan Bolonia o eres alcaldesa de Madrid. Su funcionamiento era más fácil que el mecanismo de un sonajero. Cuantas más visitas, amigos o fotos etiquetadas, más molabas. Y no había vuelta de hoja. Era así y punto. Lógica aplastante, dicho sea de paso.  Porque todos hemos cambiado. Cuando había que estudiar para selectividad, uno abría el ordenador, una cosa llevaba a la otra y siempre acabábamos en el Tuenti. Bueno, ahora miramos el Facebook, o Twitter, o WhatsApp. Joder, pues no hemos cambiado tanto...

Porque pasábamos más tiempo en el perfil de la persona que nos gustaba que en el nuestro propio. Así, maldecíamos al que le había dejado el comentario o al que le había puesto un XDD en vez de un XD. Porque esperábamos su mensaje como el preso que espera la libertad condicional. Luego nos hablaban, nos poníamos muy contentos pensando que era esa persona, pero resultaba que al final era nuestro amigo pasándonos un vídeo en el que un tío se cae de un columpio. Porque nos llevábamos veinte minutos pensando cómo hablarle por el chat, si un holaa, un holaa!, un holaaaaa, o simplemente Hola. Luego abríamos la ventanita de chat para hablarle y se desconectaba.

Porque no había nada en el mundo que nos llenara más de ilusión que las letras verdes de notificación. Y si era una petición de amistad, reíamos pensando cómo molábamos, aunque en el fondo siguiéramos siendo los mismos gilipollas de siempre. Las peticiones de amistad eran un mundo propio. Elaboradas, medidas con una métrica alejandrina milimétrica y rubricadas por el mismo Quevedo, podías saber cómo le caías a la otra persona según el número de A en el Hola. Evidentemente, no era lo mismo un Holaaaa! con carita feliz al final y todo, que un triste Ola. Porque el fin del mundo llegaba cuando alguien te borraba, algo que evidenciaba nuestra madurez. Por esas personas que te agregaban y luego ni te hablaban. Otra prueba de la madurez de algunos.

Porque Tuenti nos hizo olvidar el Messenger y luego WhatsApp se consumó su venganza. Porque todo eran risas hasta que la notificación de turno era un triste evento. Y luego resulta que el evento era una cadena. Y cómo no tuvieras la osadía de enviárselo a 4000 personas en menos de un minuto, el ostracismo más tenebroso te subyugaría con sus lúgubres garras. Porque todos sabemos que los eventos para ver quién visitaba tu perfil eran mentira. No funcionaban. Pero siempre los pasábamos, porque la esperanza es lo último que se pierde. Y en Madrid gobernó casi nueve años...

Porque Tuenti es como Ana Obregón: aunque intente mejorar artificialmente, ha empeorado con los años. Molaba el antiguo, el de las letras verdes, el de No has cambiado tu estado en una semana, algo interesante habrás hecho. La última actualización de Tuenti ha evidenciado su declive. Porque la gente ha preferido pasarse a Facebook, en vez de usar algo que es una copia descarada de Facebook. Porque ya sólo quedan niñatos y niños chicos cuando antes habían... niñatos y niños chicos. Porque algunos, los más viejos del lugar como yo, sólo nos metemos para ver cuánto saldo nos queda en el móvil. Porque se te hacía un nudo marinero en la boca del estómago cuando te pasaban el evento viral que nos amenazaba con que Tuenti se iba a convertir de pago. Aunque si eras del PP, como que te la sudaba...

Porque atrasábamos nuestro cumpleaños para que la gente nos felicitara. Sí, a la mitad no los conocíamos, pero siempre molaba que te felicitaran, aunque fuera la quinta vez en el mes que lo hicieran. Porque si hacías el esfuerzo de estar más de un día sin meterte, te esperabas ver quinientas notificaciones, pero ninguna de la persona que te gustaba. Qué más daba si te quedaban todas las asignaturas pero le habías dado una paliza a tu amigo en el juego de las ranitas que cruzaban la calle. Porque habías convertido tu cuarto de baño en un estudio fotográfico, aunque se te olvidara quitar el papel higiénico de atrás. Porque en esa época no se llamaba selfie, sino foto tuenti o, si molaba de verdad, foto princi.

Porque Tuenti es como el primer amor: intenso al principio y doloroso en la ruptura. Porque nos ha dado mucho, pero no dura para toda la vida. En fin, Tuenti, gracias por amenizarme la adolescencia. Siempre supe que eras como la asignatura de Educación plástica y visual: sabía que no valía para nada, pero siempre molaba tenerla para perder una hora.

@joseangelrios92

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