25 de marzo de 2022

¡Nos mudamos a www.joseangelrios.com!

A partir de ahora, el contenido al que os tenía acostumbrado tanto en La poca razón como en Mis peloteros favoritos, se traslada a mi nueva página web: www.joseangelrios.com (en la sección Blog), con el fin de centralizar y darle un toque más profesional a mi trabajo.

Allí también podréis comprar mis libros publicados, seguir mi actividad en medios de comunicación, podcasts, eventos a los que asistiré, conocer mis nuevos proyectos literarios y muchas sorpresas que irán viniendo próximamente.

Muchas gracias por todo. Nos seguimos leyendo.

26 de febrero de 2022

Europa en jaque


Europa atraviesa la situación militar más delicada desde la Segunda Guerra Mundial. Las siete décadas de paz vividas tras la derrota de la Alemania Nazi, abrieron las puertas de una paz inédita. Que los europeos estuvieran tanto tiempo sin matarse entre ellos era, simplemente, una anomalía histórica.

Con el III Reich acabó también el fantasma que había imperado en Europa durante el siglo XX: el imperialismo. La idea de invadir otros pueblos para "salvarlos", liberarlos o anexionárselos en nombre de excusas pseudohistóricas, quedó sepultada tras la claudicación de las Potencias del Eje.

Fueron los felices años de la socialdemocracia, de la consolidación de la clase media y los pequeños propietarios, al menos en Occidente. Tras el colapso de la URSS en 1991, la hegemonía de Estados Unidos pasó al estatus de indiscutible y abrió las puertas de un mundo monopolar que dio muestras de tambalearse tras el 11-S. Nunca un Estado se había quedado con los galones de amo y señor del mundo: Grecia tuvo a Esparta, Roma a los Visigodos y el Imperio Español al Británico. Pero eran otros tiempos: a la Rusia de Yeltsin no le había ido tan bien la transición del comunismo al capitalismo como a sus vecinos bálticos y China aún era el cachorro de un león.

El nacionalismo conservador del Kremlin, profundamente historicista, concibe a Ucrania como un estado artificial, la génesis de la Madre Rusia heredada de la Rus de Kiev —una federación de caudillos eslavos luego conquistada por el Imperio Mongol—. La idiosincrasia rusa se basa en reafirmar los viejos mitos imperiales, que sentaron las bases del Imperio de los Zares y, posteriormente, de la Unión Soviética. Una visión anacrónica de las relaciones internacionales que han terminado por dividir a Ucrania en dos: por un lado, un país seducido por las democracias liberales de Occidente que tanto progreso y libertad han llevado a antiguos países del Pacto de Varsovia como Rumanía y Polonia, y otro más al estilo de Bielorrusia, proclive a ocupar una posición subalterna en un imperio decadente cuya economía hace aguas.

Los tambores de guerra han dado lugar a los ecos de la metralla. Con Kiev sitiada por las tropas rusas, Occidente da muestras de debilidad. Los anuncios de las sanciones a Rusia, como la salida del Swift, grabar las finanzas y ejecutar trabas internacionales para estrangular la economía rusa, se han quedado en una declaración de intenciones y no tanto en medidas efectivas. Joe Biden y los líderes europeos demuestran lo muy volcados hacia ellos mismos que estaban, más pendientes de los problemas eco-friendly, inclusivos e igualitarios que de los problemas auténticos.

El ejército ucraniano permanece enrocado en los principales focos de resistencia y las principales unidades militares no dan muestras de firmar un alto el fuego. El escenario dibujado por las tropas rusas parece decidido a tomar la capital y formar un gobierno títere. Mientras, Kiev se desangra entre cascotes y bombardeos; si se forman guerrillas y milicias urbanas, el número de muertos aumentaría de forma exponencial y la guerra podría enquistarse.

Fuera de Ucrania, Rusia amenaza a Suecia y Finlandia si osan sumarse a la OTAN en la enésima bravuconada del Gobierno de Putin. Cualquier agresión a un estado miembro de la Alianza Atlántica activaría de inmediato en artículo 5 y estaríamos a las puertas de una guerra europea de tintes bastantes desconcertantes y con la amenaza nuclear latente. Los últimos setenta años de paz habrían sido sólo un paréntesis en la Historia.

29 de enero de 2021

El arte de la victimización en Tinder


En este hilo tan ilustrativo, la tuitera Paola Aragón Pérez explica su calvario personal. Debe ser horrible que, mientras estás tomando un cóctel de bayas polinesias en una terraza chill out, un desgraciado te inicie conversación por Tinder. Y lo entiendo, que te vibre tu iPhone 12 y no sea para avisarte de que el último capítulo de Los Bridgerton ya está disponible en Netflix, debe ser decepcionante. El patriarcado, como siempre, causando estragos.

En Tinder se escenifica la descompensación en el mercado sexual. A las mujeres les hacen más matches que a los hombres y me parece normal que sean más selectivas a la hora de escoger un candidato. Y no pasa nada. Nadie se queja. Pero de ahí a que sea un problema, hay un trecho.

En todo caso, lo lógico sería que fueran los hombres quienes protestaran, dado que les cuesta mucho más conseguir un match. No alguien que tiene tantas opciones como tú. Sería como si alguien se quejara por comer caviar iraní, frente a una persona que no llega ni a final de mes. Jo tía, es que tengo que comer langosta termidor todos los viernes y ya me cansa, no como tú que comes kebabs, puedo imaginarme.

En Tinder hay muchos más hombres que mujeres, porque a una mujer atractiva no le hace falta Tinder para ligar. Por tanto, la mayoría de ellas son quienes escogen y, como hay tantos, sólo eligen a una minoría de hombres que acaparan todos los matches.

Esto significa, en la práctica, que la mayoría de tíos no pueden elegir a las mujeres. Vamos, que tienen que pasar las de Caín para que les hagan match. Otro dato: en la primera hora, una mujer genera 200 matches; y un hombre, sólo uno.

En este caso, Paola diría que todo ello es culpa de un patriarcado malvado que odia a las mujeres. ¿Contar con más opciones de tener sexo es un problema? ¿Entonces qué será no tenerlas? Un discurso vacío y victimista, sin argumentos y con un ego tan desmesurado como irritante.

O dicho de otro modo, el problema de no tener problemas. Cuando perteneces a una clase social media-alta, has ido a la Universidad y tienes más recursos de los que jamás tendrás tiempo a disfrutar, toca hacer gala de tu infinita superioridad moral. Stop endiosamiento, please.

Si Tinder es el paradigma del patriarcado, ¿qué haces tú en él, colaborando con el enemigo? ¿No deberías salir de una plataforma superficial donde sólo se valora el físico? Déjame adivinar. En el fondo te gusta que los hombres te hagan match y te den like a tus fotos, sientes el gusanillo de la adrenalina recorriéndote las venas. Como a todo el mundo, dicho sea de paso. Pero claro, decirlo públicamente no te hace quedar muy empoderada. En fin, la hipotermia.

Me gustaría saber, Paola, qué pasaría si no tuvieras tanto éxito en Tinder como se ve que tienes. No me lo digas, puedo imaginármelo: Malditos hombres cosificadores, sólo buscan el atractivo físico heteronormativo, la belleza es un dispositivo capitalista de género...

Las cosas son mucho más simples, Paola. Si aquel chico que te habló no te interesaba, ¿para qué le diste match? Y si pese a tu desinterés, él seguía siendo pesado, ¿por qué no deshiciste el like y fin del problema? Tonterías. Victimizarse vende más. ¿A que sí?

En tu hilo se destila un tufo maniqueo de 'mujeres buenas y hombres malos', muy sectario. ¿No es eso un estereotipo de género? Probablemente no lo sepas, pero estos discursos rancios e identitarios son el principal generador de machismo y resentimiento entre los hombres.

Por último, y perdón de antemano por el mansplaining, te diré: ser atractivo/a y despertar interés sexual, no es un problema. Al revés. Y me parece flipante tener que aclarar esto. También puedes atraer a gente negativa, claro, pero nunca será tan malo como no gustarle a nadie.




@joseangelrios92

1 de enero de 2021

La absurda polémica por la bandera de España


La resaca de Nochevieja no se ha hecho esperar. Y como era previsible, ha venido por el flanco habitual. Ignacio Escolar se hacía eco en su cuenta de Twitter de una ignominiosa noticia que nos atería las posaderas y castañeteaba los premolares: Atención a esto -> Ayuso ordena proyectar la bandera de España en la Puerta del Sol durante de la retransmisión de las campanadas. Comentaba ufano el juntaletras, con la ecuanimidad que lo caracteriza, a sabiendas de los ríos de tinta vertidos tras sus declaraciones. 

Antes de comenzar, una aclaración. No me identifico con un colectivismo de izquierdas o derechas. En la actualidad, estas etiquetas no se corresponden con una clasificación de posiciones políticas, sino más bien un epíteto para desprestigiar al adversario. Y eso es algo observable en los partidos progresistas y conservadores. Me repulsan los dogmatismos ideológicos y la insensatez. Todos se han embarcado en la travesía de emplear la emoción y los sentimientos, dejando en la estocada la lógica, la razón y el sentido común. Y ni que decir tiene que esas posturas irracionales me repugnan desde cualquier rincón de nuestro espectro político.

Aclarado esto, la bandera es el símbolo del Estado y no de la Nación, aunque el Estado se sustenta sobre una nación existente y toma elementos de ella. De hecho, todas las banderas tienen unas dimensiones exactas reguladas por Ley, disposición de las franjas, símbolos, blasones y código alfanumérico Pantone de sus colores. Por ello, tiene sentido que, cuando se cambia de régimen, la bandera también lo haga.

Esto ha ocurrido en España en los numerosos regímenes que ha habido durante los últimos dos siglos. Al proclamarse la Primera República en 1873 se cambió de bandera, al igual que con la restauración de la Monarquía Borbónica, con la Segunda República, la Dictadura de Franco y la Monarquía Constitucional actual. En todos estos cambios de cromos políticos, la bandera de España ha sufrido más o menos transformaciones.

¿De dónde proviene la bandera de España? 


Hay que remontarse al reinado de Carlos III en 1785. En tiempos de Felipe V, se había dejado atrás la Cruz de Borgoña de los Tercios de Flandes y la enseña consistía en un escudo de armas sobre fondo blanco. Al no existir aún la noción de Estado moderno liberal, la bandera era símbolo del pabellón naval de los barcos. Y como la mayoría de buques tenían también banderas blancas, eran susceptibles de confusión. Por ello, el Ministro de Marina de Carlos III, Antonio Valdés y Fernández Bazán, organizó un concurso del que salieron doce bocetos. Fue el propio monarca quien escogió dos: la rojigualda, en forma de bandera y gallardete para la Marina de Guerra; y otro para la Mercante, inspirada en las banderas del Levante. 

Fue por Real Decreto de 28 de mayo de 1785 cuando el cambio de bandera se hizo oficial y se izaron en los buques de la Armada, con el fin de identificar a los barcos españoles que navegaban en alta mar. La rojigualda, tal y como la conocemos, se haría popular en la Guerra de Independencia contra Francia, siendo la bandera de las Cortes de Cádiz y la Primera República. Sería a partir de 1908 cuando el gobierno de Antonio Maura decretaría la obligatoriedad de la bandera de España ondeando en los edificios oficiales.

¿Tiene sentido, entonces, decir que la bandera de España es franquista? 


En absoluto. Su origen se remonta a más de cien años antes de que Francisco Franco naciera y mucho más que su régimen alumbrara. Tras el final de la Guerra Civil en 1939, el dictador reinstauró la bandera que, con sucesivas transformaciones, había sido la nacional de 1785 a 1931 y a ella se le añadieron elementos de la heráldica española como el Águila de San Juan o el yugo y las flechas de los Reyes Católicos. A diferencia de Hitler y Stalin, que colocaron la bandera del Partido Nazi y Comunista, respectivamente como emblema de sus países, Franco no haría lo mismo con la bandera de España y no la reemplazó, por ejemplo, por la de Falange o el Movimiento Nacional.

Tras la muerte de Franco, la Constitución Española en 1978 establece en el artículo 4.1: La bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas. Pese a ello, no se hace referencia al escudo, el cual se rige por la Ley 33/1981, de 5 de octubre, y en el Real Decreto 2964/1981, de 18 de diciembre. En dichos reglamentos, establece la posición del escudo y lo blasona tal y como lo conocemos en la actualidad, cuartelado y entado en la punta y escusón al centro. De hecho, en los primeros ejemplares de la Carta Magna, se puede apreciar el Águila de San Juan presidiendo la portada.

¿Entonces la República es de izquierdas y la Monarquía de derechas?


No necesariamente. En general, la forma de Estado Monarquía o República no guarda relación alguna con posiciones políticas de izquierdas o derechas. A lo largo y ancho del planeta, encontramos repúblicas muy diferentes entre sí —por ejemplo, Irán y Estados Unidos, monarquías y repúblicas parecidas España y Portugal, sin ir más lejos y monarquías diametralmente opuestas Arabia Saudí y Reino Unido.

Cuando el Frente Popular se adueñó de la República no sólo ya entendida como la forma de Estado, sino también de su concepción espiritual, pues también hubo republicanos de derechas como la CEDA y el Partido Radical, el bando nacional haría lo propio con la bandera rojigualda. Franco la usó para atraer a los monárquicos a su causa el golpe de Estado de 1936 se había hecho en nombre de la bandera tricolor. De hecho, dentro de la cúpula sublevada había generales republicanos como Queipo de Llano y Cabanellas, este último jefe de la Junta de Defensa de Burgos y superior del propio Franco.

Dado que la Guerra Civil fue de carácter ideológico, la izquierda actual, que se erige como heredera de la que combatió en la contienda, se define como republicana; mientras que la derecha, por oposición, abraza la Monarquía. Ahí reside el odio bizantino de la izquierda hacia la bandera de España y los símbolos nacionales, al igual que la derecha se opondría a la tricolor. Es, pues, absurdo asociar la rojigualda a una dictadura de derechas, al igual que en Polonia nadie relaciona su enseña nacional con la dictadura comunista que la exprimió durante décadas.

España cuenta con una gran tradición monárquica. El nuestro es un país viejo, como cualquier otro europeo y de la fachada atlántica. Acumulamos siglos de monarquías y sólo dos repúblicas que, ni entre ambas, suman diez años de duración. Y un detalle no menos importante: ambas repúblicas han terminado en guerras civiles. De ahí que las frustradas experiencias republicanas unido a las rencillas heredadas de la Guerra Civil polarizaron las posiciones: la izquierda se haría republicana y la derecha, monárquica. ¿No deberíamos evolucionar y asumir que las posiciones ideológicas no son blancos y negros, sino más bien una paleta de grises?


Evolución de la bandera de España. El escudo actual no entró en vigor hasta 1981.

@joseangelrios92

14 de junio de 2020

La osadía de la ignorancia


¿Nadie nos advierte de lo indigestas que resultan estas peroratas? Es más, ¿Irene Montero aún conserva algún ápice de dignidad? Lo de reconocer públicamente habernos engañado a todos, debe de ser peccata minuta. Y pese a todo, tiene los santos ovarios de ir dando lecciones de moralidad. Una ministra que permitió las manifestaciones del 8 de marzo a sabiendas del riesgo que ello conllevaba, no está legitimada para ser la portavoz —o portavoza— de la justicia social. Ni de nada.

Esta revolucionaria de chalé y servicio, que hace de su muro de Instagram su particular Komintern, es un insulto a la igualdad. Su discurso es tan pueril y vacío de contenido que encona los vellos de aquellos que aún disponemos de ese arma tan subversiva llamada sentido común. Porque su activismo de postureo y tablet sólo revela lo que es: una inepta que hace de la demagogia su negocio político, sin el menor fundamento ni la más mínima muestra de vergüenza.

Y ahí la tenemos en la tribuna, con sus poses fingidas de intelectual de mercadillo, creyéndose la mismísima Clara Campoamor. Mujer a la que, ni por clase política, convicción ni cultura, llegará a la suela del zapato.

Esta profesional de la mentira satisface diariamente con grandes dosis de regocijo los oídos agradecidos de los inocentes que creen sus embustes. No me cabe duda de que en sus votantes hay personas de buena fe. Gente justa y progresista que emitió su voto con la esperanza de tener un país mejor y sólo han encontrado a los mismos perros que han cambiado el collar celeste por el rojo y el morado. Politicuchos de tres al cuarto que prometían el oro y el moro —aunque este último vocablo pueda resultar ofensivo— en búsqueda del tan ansiado cambio. Un cambio que sí se ha producido, al menos para ellos. Han pasado de ir en metro a hacerlo en coche oficial. Para ser un buen podemita hay que ir en coche oficial.

Han sido meses muy duros y todo se lo debemos a los profesionales que han puesto su vida en peligro para salvar las nuestras. Cajeros, médicos, policías y enfermeros. Hombres y mujeres que estamos hartos de que nos dividan y enfrenten, haciendo gala del maniqueísmo más nocivo y enarbolando esos manifiestos sexistas a los que estamos ya tan acostumbrados. Pero no a ellos. Los políticos sólo son una casta a rebosar de privilegios, que ni tienen problemas, ni les interesan los nuestros.

@joseangelrios92