
Aquella era su primera noche en la casa nueva, Sara tenía
nueve años y nunca había tenido miedo a nada, sin embargo, su nueva habitación
era mucho más grande y vetusta que la antigua y eso le producía una extraña sensación
de desasosiego y perturbación por lo que decidió dejar una lámpara encendida antes de dormir.
La niña se acurrucó junto a su osito Teddy y pronto adormeció profundamente. En su sueño, Sara paseaba nerviosamente por las montañas,
bordeando enormes precipicios cuando de pronto, detrás de ella surgió una criatura demoníaca
con ojos rojos de fuego y largos y delgados brazos que terminaban en uñas
deformes y repugnantes. El extraño ser se acercó hacia ella y con furia, la empujó hacia el vació.
Sara despertó aterrada pero su espanto fue mayor al darse
cuenta que la luz del dormitorio estaba apagada y que se encontraba a oscuras, apenas
una tenue luz proveniente de la farola de la calle dibujaba formas grotescas y
aterradoras en la habitación. La niña se abrazó a su osito de peluche y se cubrió
con las mantas completamente, pensaba que de esta forma estaría protegida de
todo mal. Pero Sara era una niña valiente y tras recuperar la calma llegó a la
conclusión de que todo era fruto de su imaginación, probablemente su madre
habría apagado la lámpara y ella decidió encenderla nuevamente, volverse a dormir y
olvidar su extraña pesadilla.
Con resquemor, se levantó de la cama y se dirigió hacia la
mesita que estaba a dos metros de distancia. Cuando encendió la luz, se sintió
más aliviada pero cuando volvía a acostarse, repentinamente, sobresalieron por debajo de la
cama unos largos brazos espeluznantes que tiraron de los pies de la niña tratando
de llevarla hacia un agujero debajo de la cama. Sara se sujetó de una de las
patas del camastro mientras gritaba pidiendo ayuda. Los padres aparecieron
rápidamente, encendieron todas las luces y calmaron a su hija, le mostraron que
no había nada debajo de la cama, que todo había sido una pesadilla, pero la
niña sabía bien que lo que había sentido era real. Al ver el estado de alteración en
el que estaba, los padres permitieron a la hija dormir con ellos esa noche,
pero el miedo se apoderó de la pequeña que fue incapaz de conciliar el sueño hasta
el amanecer. “Hay un monstruo debajo de mi cama”, insistía a sus padres,
quienes muy racionales trataban de explicarle que todo era fruto de su
imaginación. Sin embargo, ante la insistencia de la niña, la madre prometió pasar la siguiente noche junto a ella para que pudiera darse cuenta que no había nada que temer.
Al anochecer, Sara estaba acostada abrazada a su madre, pero
era incapaz de dormir. En un determinado momento la madre se
levantó de la cama, al ver que la hija estaba despierta le dijo “voy al baño,
ya vuelvo”. “Voy contigo”, le respondió la niña. Cuando Sara puso ambos pies en
el suelo, los dos largos brazos demoníacos cogieron los pies de la niña y tiraron de ellos
hacia debajo de la cama. La madre al escuchar los gritos fue ayudarla y la
sujetó impidiendo que desapareciera por un agujero oscuro que había surgido debajo de la cama.
Entonces asomó de allí una figura gris y monstruosa, que le gritó “niña,
siempre viviré debajo de tu cama y cuando te levantes por la noche, te llevaré
conmigo al infierno”. El padre apareció a tiempo para ver como ese demonio se desvanecía por debajo de esa cama.
Los cuatro años siguientes fueron una pesadilla para Sara y
sus padres. Intentaron de todo, fueron bendecidos por un sacerdote y por un
chamán, se mudaron de casa pero aquel ser infernal insistía en aparecer debajo
de la cama de la niña. Sara desarrolló una cierta tolerancia ante la existencia de ese
ente, jamás se levantaba por las noches pero forjó el propósito de investigar y
encontrar la forma de destruir a ese demonio.
Un día, en la Biblioteca Nacional descubrió un libro
olvidado de comienzos del siglo XIX, se titulaba “El ente que mora debajo de tu
cama” de un tal Douglas McDermott quien narraba su experiencia con un ser
infernal que lo persiguió durante toda su niñez. Contaba el autor que ese ser había sido
atraído por su miedo y que una vez liberado, la única forma de vencerlo y de
devolverlo al infierno era reflejar su figura en un espejo. Finalmente, la niña
pareció encontrar una salida y decidió seguir las indicaciones del libro.
Compró un largo espejo y lo posicionó echado en el suelo,
muy cerca de su cama. Cuando la oscuridad comenzó a tomar cuenta de la
habitación, Sara dio un salto hacia la parte trasera del espejo. Al sentir
los pasos de la niña, el ente comenzó a emerger pero de pronto se
vio reflejado en el espejo y su propia figura lo estremeció. Y es que recordó que cuando estaba vivo en
nuestro mundo había sido un hombre atractivo, exitoso pero malvado y descubrió que ahora se
había transformado en un ser monstruo y esa visión, lo horrorizó.
“¡Vuelve a tu infierno, hijo del demonio!”, gritó Sara con todas sus fuerzas, luego de cual el ente desapareció completamente y al instante comenzó a
respirarse un aire de paz y tranquilidad en la habitación. Esa noche, la niña
pidió que sus padres le construyeran una tarima de cemento debajo de su cama. Nunca
más volvió a aparecer ese demonio y nunca más habría un agujero por donde pudiera
emerger por debajo de su cama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario