21 de septiembre de 2016

La creatividad es la llave de todas las puertas


Probablemente esté inventado el aforismo del título, pero se me ocurrió sin más, volviendo de clase. Cuando hablamos de creatividad pensamos -o solemos pensar- en hacer cosas originales o hacer las cosas de forma diferente. Éste último entra en el concepto de innovación, parecido pero no es del todo creatividad.

¿Entonces qué es creatividad? Algunos lo ven como innovar, otros como encontrar solución a un problema. Ambos pueden tener razón. Yo lo ejemplificaría como lo hizo un escritor que vino a presentarnos un libro a nuestro colegio, César Mallorquí. El ejemplo que nos puso fueron Los Simpsons, y nos dio un detalle curioso de la popular serie de personajes amarillos y habitantes de Springfield: si os fijáis, ningún capítulo empieza tal como lo haría la trama principal de dicho episodio. Es un sello distintivo que se repite en las 20 temporadas que lleva en Antena (en nuestro caso, ese canal de anuncios donde se cuela un programa de vez en cuando que dice llamarse Antena 3). El comienzo te introduce en una historia breve que se desarrolla rápidamente y, por circunstancias de la misma, desemboca en la historia principal del episodio.

Éste es de los ejemplos de creatividad más claro que podría poner. Más breve y rápido es el que inventó la maleta con ruedas, quien estaba cansado de cargar en peso con su mamotreto.

Pero ciñéndonos a la realidad, la creatividad suele brillar por su ausencia. Especialmente, desde la formación de la que vengo, existe para todo una forma de hacer las cosas, unas normas y unas leyes que son así porque así se crearon y, desde siempre, nos han limitado a adiestrarnos a seguir las mismas a rajatabla.

La administración es claro ejemplo de ello: mecanismos establecidos, principios que puede que se cumplan o pueden que no, jefes inmovilistas que no salen de lo que hay escrito en un papel con sello oficial y un largo etcétera que para qué seguir. En éste caso, es necesario éste sistema, pero es un altar donde todo atisbo de creatividad muere.

Por eso, cuando digo que la creatividad abre todas las puertas no es un decir. Al que le picaba la espalda se sacó el rascador, a quien le molestaban los riñones de tanto fregar agachado en el suelo se sacó la fregona... 

Para bien o para mal, la creatividad nos ha llevado a realizar un sinfín de avances, y nos ha enseñado que no por poseer más estudios eres más inteligente, pues las ideas las puede tener cualquiera, otra cosa es el impacto que causen en la sociedad. El problema es que vivimos en un mundo donde se siguen órdenes a rajatabla, donde los prejuicios son el pan nuestro de cada día y donde nos imponíamos límites a nosotros mismos aparte de los que habían establecidos.

Pero claro, se me viene una posible contradicción a todo ésto: los departamentos de Investigación, Desarrollo e Innovación. ¿Existen por postureo puro y duro o realmente es más que una declaración de intenciones para ser más creativos? ¿se invierte poco o creéis que es poner un dinero a fondo perdido del que puede salir algo o no? Abro debate o, como diría en otros foros, abro paraguas.

13 de septiembre de 2016

11-S: El día que cambió el mundo


Los acontecimientos históricos irrumpen en nuestras vidas y lo hacen arrasando con todo. Aunque algunas veces son esperados como una amenaza latente y no causan una abrumadora expectación, sus consecuencias no pasan inadvertidas en absoluto. Asistimos consternados a una cantidad ingente de eventos de los cuales sólo algunos dejan una huella imborrable en nosotros: la caída del muro de Berlín, la Guerra del Golfo o la proliferación del terrorismo. Y con más asiduidad de la que nos gustaría reconocer, nos cambian para siempre. Las transformaciones que originan nos sumen en un profundo estado de incertidumbre cuyos síntomas se manifiestan mucho tiempo después siquiera de haberlos podido digerir. Algo así ocurrió hace quince años. El atentado contra el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 fue un claro ejemplo de ello. En la actualidad, más de una década después, el mundo se plantea unos interrogantes que aún no han conseguido una respuesta satisfactoria.

Esos hechos quedan enquistados en alguna zona de nuestra mente destinada a tal fin, llegando incluso a recordar la ropa que llevábamos puesta aquel día, qué comimos, con quién estuvimos, aquello que hicimos o lo que jamás pudimos hacer. Hechos trágicos como el de aquel tenebroso día y otros de más grata memoria que siempre permanecerán de forma indeleble en lo más profundo de nuestro ser y que nos inculcan la cualidad más importante que nos hace ser humanos: recordar. Y no solamente porque recordar nos haga aprender de la historia para no estar condenados a repetirla, sino porque nos hace formar parte de ella.

Son esos momentos los que jamás podrás olvidar, aunque los medios de comunicación intenten cubrirlos con un halo de mimetismo para erigir una densa cortina de humo en torno a ellos con las que disipar sus nocivos efectos. Algo que, con singular desvergüenza, realizan de forma envidiable. Porque son esos hechos, esperados algunos y sorprendentes otros, los que causan exactamente la misma sensación de estupor entre todos los presentes. Conmocionan, afectan y aturden con la misma intensidad que perjudica a sus principales damnificados. Personas normales y corrientes que cometieron el craso error de estar en el lugar equivocado en el momento menos recomendable. Quizá por eso mismo, por la naturaleza tan salvaje o por la envergadura tan colosal de aquellos atentados, nos hacen sentirnos identificados, como en un pequeño atisbo de aquello que los ilusos llaman empatía. Esa asignatura que siempre se nos atragantó. Y no precisamente porque el profesor nos tuviera manía.

Pero si algo hemos aprendido después de aquel fatídico 11 de septiembre de 2001, es que ya nada volvería a ser igual. Hemos necesitado más de un lustro —o tres, ya que estamos— después de aquello, pero lo cierto es que, sin saberlo, nos encontrábamos en la antesala de un cambio de era, de un nuevo ciclo o lo que es lo mismo: la entrada a las puertas de lo que realmente sería el siglo XXI. Y lo haríamos todos sin excepción, desde el principal líder mundial por entonces cuyo semblante petrificado en aquella escuela de Florida no le eximiría de las pertinentes responsabilidades, hasta la última persona trabajadora de a pie, que aquella desgarradora noticia le pillaría en Tailandia o en pleno World Trade Center al abismo de la hecatombe. A partir de entonces, nos enfrentaríamos a un enemigo desconocido que haría sucumbir a dos colosales mazacotes de hormigón armado que, al colapsar e inundar la isla de Manhattan de una polvareda de muerte intrusa de otra época, nos enseñarían que ese día el mundo cambiaría. Y con él, lo haríamos todos.

Porque con aquellas torres envueltas en llamas yacieron, además de tres mil personas, las esperanzas de permanecer en una etapa de relativa paz para enfrentarnos a la deleznable lacra del yihadismo, hasta entonces desconocida, que aún continúa azotándonos impíamente con su infame fanatismo. Aunque por encima de todo, aquella sobrecogedora jornada del 11 de septiembre de 2001 todos aprenderíamos a ser conscientes de que el mundo y la vida, ya fuéramos jóvenes, adultos, mayores o aún estuviéramos por nacer, se parecería muy poco a la que hasta entonces habíamos conocido.

@joseangelrios92