Steven Zaillian —guionista, entre otras, de 'La lista de Schindler' y un habitual en la filmografía de Scorsese— se basó en el libro 'I heard you paint houses' de Charles Brandt para ejecutar un guión trepidante e impecable.
Si te gusta el cine de Martin Scorsese, la primera hora es un chapuzón de lleno en su propia y extensa climatología: planos secuencia, voz en off, una puesta en escena no perecedera, un ritmo narrativo inconfundible y una exquisita elección de la música con la que consigue crear una atmósfera muy a lo 'Goodfellas'. Sin embargo, todo va mucho más allá.
Robert de Niro, en el papel de Frank Sheeran, se sumerge en un mafioso en las antípodas de sus interpretaciones en 'Goodfellas' o 'Casino' y hace de un sicario de segunda división, en vez de un capo de la Cosa Nostra. Joe Pesci no encarna el rol de mafioso macabramente divertido al que nos tenía acostumbrados en dichas películas y muestra otra faceta, incluso más oscura y aún más silenciosa. Y Al Pacino, neófito con Scorsese, es la joya de la corona. Con un temple más sosegado, su papel de Jimmy Hoffa es una auténtica delicia y adquiere dimensiones excelsas.
La segunda parte se vuelve más introspectiva. Pese a perder el ritmo en algunos momentos, nos muestra una reflexión sobre los personajes y una profundización en su relaciones, traiciones e idas y venidas, sin perder esa atmósfera tan oscura con algunos elementos estridentes que evocan la esencia de 'El Padrino'. De hecho, en una escena es posible oír la banda sonora que Nino Rota compuso para la inefable obra maestra de Coppola. Dicho sea de paso, las referencias a series notables como 'Los Soprano' y 'Boardwalk Empire' —esta última producida por el propio Scorsese— son recurrentes.
'El irlandés' es además una escenificación de la historia de Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hasta ya entrado en siglo XXI. Todo ello a través de sus asesinatos más célebres como el de John Fitzgerald Kennedy y el tono deprimente que adquirieron las películas setenteras tras la derrota en la Guerra de Vietnam. Un contexto ideal para algunos de prosperar y para otros de justificación moral para todo tipo de fechorías.
Sin renunciar a su fino aunque salvaje sentido del humor, la violencia en 'El irlandés' adquiere un formato más pragmático y menos recreativo. Los contrastes entre escenas duras y momentos desternillantes a lo John Ford no dejan lugar a dudas sobre la espectacularidad del film, sin menoscabar la carga dramática del mismo.
Y en la tercera parte, todo adquiere una nueva dimensión. Sin entrar en spoilers —porque no me perdonaría destriparos semejante derroche de talento—, Scorsese reflexiona sobre un terreno inhóspito y nunca explorado con anterioridad: la vejez en los mafiosos y el paso del tiempo, tema abordado durante toda la película. Robert de Niro y Joe Pesci, habituales de Scorsese, envejecen durante el desarrollo de la película, como también han envejecido a lo largo de su carrera con el cineasta. La cinta revela un cariz crepuscular en Scorsese, a quien sus setenta y siete años no le han hecho mella y parece encontrarse en la flor de su vida creativa. En cierto modo, sientes que estás ante el epílogo de sus películas de gánsters, como deja ver en múltiples referencias a su carrera: un diseño de taxis similar al que conduce Travis Bickle o la elección de las pistolas en una maleta en 'Taxi Driver', el Copacabana al que entra Henry Hill en 'Goodfellas', la maqueta del casino muy similar al de la película homónima o la aparición de Harvey Keitel, al igual que en su primera película 'Mean Streets', cerrando así un ciclo. Se puede decir que el director neoyorquino ha reinventado el paradigma del cine de mafiosos. Si Sergio Leone inmortalizó el crepúsculo del western, Martin Scorsese ha hecho lo propio con el cine negro. Porque a veces, para terminar, es necesario volver al punto de partida.
Gracias, Martin. Gracias, maestro.
@joseangelrios92
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