14 de enero de 2020

Para imbéciles e imbécilas


El lenguaje modula la forma que tenemos de ver la realidad. Nuestro mundo empieza y acaba con las palabras que somos capaces de expresar. Más allá de eso no existe nada más. Para ayudarnos en dicho cometido, debe ser una herramienta lo más diáfana y práctica posible. Hablar menos es decir más. Y para quienes nos dedicamos a llenar hojas en blanco, las palabras son la materia prima de nuestro trabajo. De ahí que tenga que observar con estupor cómo el lenguaje, por motivos extralingüísticos, sea salpicado continuamente de fórmulas artificiosas, desdoblamientos y elementos incorrectos.

Algo que, como escritor y lector, me provoca arcadas. Mi primer contacto con el lenguaje inclusivo fue en la universidad. Era yo joven y lozano cuando me sorprendí al ver a una profesora espetar un "Los alumnos y las alumnas...". No sabía por qué, pero me parecía ridículo. Lo consulté en la página de la RAE y era bastante clara al respecto: Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Y añade: Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.

No es que la RAE sea poseedora de una verdad incontestable, como muchos creen. Sólo se encarga de recoger las palabras y la forma correcta de hablar. La RAE es el notario de las palabras, no el juez. Recopila la lengua y registra el habla, sin entrar en declaraciones valorativas. El lenguaje, como tal, no es estático ni inmutable. Evoluciona como lo ha hecho a lo largo de los siglos y lo seguirá haciendo, pero no porque a los analfabetos irredentos que nos gobiernan les salga de los cojones —o de los ovarios, no se vaya a ofender nadie—. No hablamos igual que hace cuatrocientos años, ni igual que dentro de cien. Parece que para muchos el lenguaje es más un arma ideológica que un instrumento de comunicación. Y uno empieza a sentir cierta preocupación.

A que el lenguaje se convierta en un armatoste emperifollado para reivindicar gilipolleces en vez del bien más preciado que atesoramos. Todo en lid de una corrección política alejada de una comunicación poderosa y eficaz. Sólo hay algo más peligroso que un tonto y es un tonto con poder: subnormales de teclado fácil que hacen de dos tweets sus consignas y con una profundidad intelectual tan simple como el mecanismo de un sonajero. De esos tenemos unos cuantos. Aunque, en realidad, saben lo que hacen. Conocen el poder de la comunicación, aunque no desistan hasta dinamitarla. Saben que el lenguaje delimita nuestra forma de pensar y moldea el mundo que nos rodea. Y que, cambiándolo, también nos conseguirán cambiar a todos.

Todo ha alcanzado su cénit tras la fórmula utilizada en la toma de posesión de los nuevos ministros. Así como mantener en secreto las deliberaciones del Consejo de Ministros y Ministras, ha dicho alguno. Otra, empleando el principio de economía de lenguaje, ha obviado directamente a los hombres ministros. Por aquello de la igualdad y tal. 

Nadie en su sano juicio que diga Consejo de Ministros está excluyendo a las señoras ministras. Al igual que periodistas no excluye a los hombres. Consejo de Ministras es incorrecto, porque en castellano el género marcado es el femenino y sólo sería correcto en caso de que todas las componentes del Ejecutivo fuesen mujeres. Como dice la RAE: El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones. Simple. 

Pero es que el lenguaje es machista... Y tú, imbécil. Las palabras son conceptos, machistas serían los individuos y el uso que les den. ¿Entonces por qué cojonudo significa excelente y coñazo quiere decir insoportable? Supongo que por el mismo motivo que zángano tiene una connotación negativa en masculino —flojo, vago— y abeja significa persona trabajadora. Hay palabras de género femenino con connotaciones muy positivas como libertad, igualdad y tolerancia. Esa misma tolerancia que les falta a los nuevos guardianes de la moral para imponernos su verdad hegemónica a base de plumazo y rebeldía pija. Lo de ser imbéciles por encima de nuestras posibilidades se nos ha quedado cortos. Va a ser verdad aquello de que los políticos son un reflejo de la sociedad.