13 de septiembre de 2016

11-S: El día que cambió el mundo


Los acontecimientos históricos irrumpen en nuestras vidas y lo hacen arrasando con todo. Aunque algunas veces son esperados como una amenaza latente y no causan una abrumadora expectación, sus consecuencias no pasan inadvertidas en absoluto. Asistimos consternados a una cantidad ingente de eventos de los cuales sólo algunos dejan una huella imborrable en nosotros: la caída del muro de Berlín, la Guerra del Golfo o la proliferación del terrorismo. Y con más asiduidad de la que nos gustaría reconocer, nos cambian para siempre. Las transformaciones que originan nos sumen en un profundo estado de incertidumbre cuyos síntomas se manifiestan mucho tiempo después siquiera de haberlos podido digerir. Algo así ocurrió hace quince años. El atentado contra el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001 fue un claro ejemplo de ello. En la actualidad, más de una década después, el mundo se plantea unos interrogantes que aún no han conseguido una respuesta satisfactoria.

Esos hechos quedan enquistados en alguna zona de nuestra mente destinada a tal fin, llegando incluso a recordar la ropa que llevábamos puesta aquel día, qué comimos, con quién estuvimos, aquello que hicimos o lo que jamás pudimos hacer. Hechos trágicos como el de aquel tenebroso día y otros de más grata memoria que siempre permanecerán de forma indeleble en lo más profundo de nuestro ser y que nos inculcan la cualidad más importante que nos hace ser humanos: recordar. Y no solamente porque recordar nos haga aprender de la historia para no estar condenados a repetirla, sino porque nos hace formar parte de ella.

Son esos momentos los que jamás podrás olvidar, aunque los medios de comunicación intenten cubrirlos con un halo de mimetismo para erigir una densa cortina de humo en torno a ellos con las que disipar sus nocivos efectos. Algo que, con singular desvergüenza, realizan de forma envidiable. Porque son esos hechos, esperados algunos y sorprendentes otros, los que causan exactamente la misma sensación de estupor entre todos los presentes. Conmocionan, afectan y aturden con la misma intensidad que perjudica a sus principales damnificados. Personas normales y corrientes que cometieron el craso error de estar en el lugar equivocado en el momento menos recomendable. Quizá por eso mismo, por la naturaleza tan salvaje o por la envergadura tan colosal de aquellos atentados, nos hacen sentirnos identificados, como en un pequeño atisbo de aquello que los ilusos llaman empatía. Esa asignatura que siempre se nos atragantó. Y no precisamente porque el profesor nos tuviera manía.

Pero si algo hemos aprendido después de aquel fatídico 11 de septiembre de 2001, es que ya nada volvería a ser igual. Hemos necesitado más de un lustro —o tres, ya que estamos— después de aquello, pero lo cierto es que, sin saberlo, nos encontrábamos en la antesala de un cambio de era, de un nuevo ciclo o lo que es lo mismo: la entrada a las puertas de lo que realmente sería el siglo XXI. Y lo haríamos todos sin excepción, desde el principal líder mundial por entonces cuyo semblante petrificado en aquella escuela de Florida no le eximiría de las pertinentes responsabilidades, hasta la última persona trabajadora de a pie, que aquella desgarradora noticia le pillaría en Tailandia o en pleno World Trade Center al abismo de la hecatombe. A partir de entonces, nos enfrentaríamos a un enemigo desconocido que haría sucumbir a dos colosales mazacotes de hormigón armado que, al colapsar e inundar la isla de Manhattan de una polvareda de muerte intrusa de otra época, nos enseñarían que ese día el mundo cambiaría. Y con él, lo haríamos todos.

Porque con aquellas torres envueltas en llamas yacieron, además de tres mil personas, las esperanzas de permanecer en una etapa de relativa paz para enfrentarnos a la deleznable lacra del yihadismo, hasta entonces desconocida, que aún continúa azotándonos impíamente con su infame fanatismo. Aunque por encima de todo, aquella sobrecogedora jornada del 11 de septiembre de 2001 todos aprenderíamos a ser conscientes de que el mundo y la vida, ya fuéramos jóvenes, adultos, mayores o aún estuviéramos por nacer, se parecería muy poco a la que hasta entonces habíamos conocido.

@joseangelrios92

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