29 de agosto de 2016

En algún lugar del tiempo


Levántate, que ya va siendo hora. Hazle un favor a tu dignidad y no mires la hora. Y hazle otro mayor y no recuerdes qué hiciste anoche. Algún día te lo agradecerás. Pones la alarma del despertador a una hora decente para justificarte hasta que la apagas dos segundos después de que haya sonado. Ya nos vamos conociendo. La luz matinal entrando por las cortinas e iluminando el ventilador que, de un modo reparador se ha convertido en tu mayor aliado veraniego, son la prueba fehaciente de que el día ha comenzado hace ya un rato. Parece obvio que estás perdiendo más el tiempo que cuando rellenabas tu espacio personal en Tuenti.

Pero hace bastante que esas variables cartesianas llamadas espacio y tiempo no surten efecto en ti. Es más, te han sumido en un letargo existencial que ni la velocidad resultante de su cociente consiguen alejarte de todo. El tiempo confiere rapidez al paso de los años. Convierte las horas en minutos y los minutos en segundos. Y ni con fórmulas ininteligibles, ecuaciones arcanas, ni derivando, ni integrando en intervalos cerrados, ni en abiertos tampoco, ni elevando a la enésima potencia, ni con la tabla del dos apuntada en una chuleta se despeja la incógnita de tener tiempo y no saber qué hacer con él. Lo llamamos aburrimiento. 

Porque siempre te puedes resignar a esperar, dado que dicen que «el tiempo todo lo cura». Observar algo desde la perspectiva y la distancia puede resultar terapéutico. A modo de retrospectiva, contemplar cómo actuábamos en el pasado, cuantificar nuestros errores, enorgullecernos de las buenas decisiones y lamentarnos de la inocencia que las decepciones nos arrebataron ayuda a alejarnos de esas vivencias de ingrato recuerdo, de personas que nos defraudaron y, en definitiva, alejarnos de nosotros mismos para, quizá de ese modo, volver a encontrarnos. 

El tiempo y el espacio son conceptos antagónicos que se sobreponen el uno sobre el otro en una perfecta simbiosis. La distancia sólo sirve para perder el tiempo y el paso de este continúa con su travesía, convirtiendo en pasado cada atisbo de presente que cae en sus manos. Y podemos medir el tiempo como espacio entre nuestros recuerdos. Porque resulta paradójico que pidas un tiempo cuando, en realidad, lo que quieres es ganar espacio. Y que desees tener tu espacio para echar de menos el tiempo. Porque al final puede que aquello de espacio partido por tiempo no nos aporte la velocidad que necesitamos para escapar del pasado más ominoso que se pueda concebir. Y eso no lo explicaron en el instituto.

No pierdas más el tiempo. ¿No sería mejor coger las riendas de nuestras vidas antes de condenarnos a esperar? A la mierda la experiencia, la perspectiva y esos rollos. Dicen que la experiencia es como regalarle un peine a un calvo, porque siempre llega cuando menos falta hace. Quizá, no sea necesaria la experiencia para ser feliz. No esperes más, porque sólo vas a lograr encontrar lo que buscas cuando ya te falten las fuerzas, la motivación y la ilusión. Porque si aún no sabes qué o a quién esperas, es probable que jamás lo encuentres.

Esperar es llevar al limite la definición de la paciencia y gritar a los cuatro vientos que nos sobran días de vida, esperando tiempos mejores. Sentarse a observar cómo el minutero y el segundero avanzan en la cuenta atrás de nuestra vida sólo va a acelerar la mecha que dinamitará nuestro final. La vida es como un partido de fútbol sin prórroga, penaltis, ni descuento. Y esperar es como lanzar balones fuera cuando vas perdiendo, mermando las posibilidades de remontada. Porque este final, al igual que el fin de nuestra existencia, tampoco tendrá vuelva atrás. Séneca, cuyas becas tantas horas de diversión y resacas han inculcado en los estudiantes de este país, decía: «Quien no tiene que esperar, de nada debe desesperarse». Y no le faltaba razón.

Por eso, te pido que no esperes más. A nada ni nadie. Que tus recuerdos no sean un lastre que te frenen en la búsqueda de tus metas. Sí, has leído bien: buscar tus metas. Si aún no las tienes, no desesperes, que llegarán. Y si ya las tienes, cuídalas, mímalas, protégelas y todos los sinónimos que quieras para dejar de ponerte excusas que te frenen en tu objetivo. Igual incluso los tienes pero no han salido del cascarón y no eres consciente de ello. Tampoco hay que hundirse si no hemos podido llegar a ser futbolistas o enfermeras, como queríamos serlo con diez años. Actualicemos nuestros sueños que, si aún no han llegado, lo harán de forma silenciosa, sin que te des cuenta, en vez de esperar a que ellos te persigan a ti. Despega y mira todo lo maravilloso que tienes a tu alrededor. Quizá así tomes el impuso necesario para dejar atrás aquel espacio donde el tiempo quedó atrapado.

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