Parece evidente que las redes sociales tienen un ciclo vital. Al igual que los seres vivos, nacen, viven, se reproducen y mueren. Si hace seis años la página más visitada por los jóvenes era Tuenti, antes de convertirse en la operadora low-cost de Telefónica, luego ese relevo pasaría a Twitter para que actualmente Instagram cope el podio de la red social más frecuentada por los jóvenes en nuestro país. Así de contumaz: renovarse o morir. Dichas plataformas forman ya parte indispensable en nuestras vidas y, como todo, tienen aspectos tan interesantes como perniciosos.
Imaginad esta situación. Domingo por la tarde. Hay un sábado antes. Aún dura la resaca de los que salieron la noche anterior. Pero tú no eres de esos. Te conectas a Facebook, o a Instagram, o a Twitter o a Tuenti, si aún vives en la prehistoria. O a todas a la vez, ya que estamos. Ves esa foto. Un selfie de un amigo tuyo con sus amigos. Todos posan impecablemente vestidos, copa de balón en mano. Parece ginebra francesa, edulcorada con bayas de enebro. Tampoco falta una cachimba con tabaco de sabor a frutas del bosque maceradas con pomelo. Están muy sonrientes y los percibes muy felices. Van acompañados por un grupo de veinteañeras muy guapetonas, vestidas con tanto esmero como el filtro que han elegido para la foto. ¿La rubia que pone morritos será su novia?, pregunta obligada que rápidamente asalta tu subconsciente. De título, una frase del tipo: Qué bien se está cuando se está bien. Dos docenas de hashtags así lo verifican: #amigos, #friends (que se note que nuestro inglés es mejor que el de Ana Botella), #instagood (¿alguien me explica qué carajo significa esto?), #cachimba, #delujo, #copas, #pedazonoche, #pedazo, #noche...
La cena que ha precedido esa noche también hace acto de presencia. Sushi de salmón ahumado y piñones, acompañado de una humeante sopa de rodaballo y, de segundo plato, un codillo de pato confitado con puré sarladaise y crema de higos al caramelo. De postre, una tarta de queso red velvet rubrica una noche irrepetible. Los comentarios de las fotos parecen cómplices de tanta felicidad. ¡Qué bien se os ve!, ¡Envidia sana me dais!, como si eso existiera, o Anda, que también vais a avisar, comenta otro pobre infeliz. Además, la iluminación del pub donde se encuentran resalta a la perfección sus facciones, muy naturales y para nada ensayadas esa tarde veinte veces ante el espejo para encontrar la expresión más acertada. Si te fijas, incluso las luces combinan asombrosamente bien con el color de su corbata. Todo parece demasiado perfecto, ¿verdad?
Luego te ves a ti. Más sólo que la una y con nada que posturear postear en Facebook. Anoche no saliste, en parte, porque tus amigos estaban en el pueblo, no querían o por ese examen parcial, que más te vale aprobar antes de tripitir la asignatura. En ese momento, eres la persona más desdichada del mundo y te invade un lúgubre pesar. Estás abrumado ante tantas toneladas de felicidad que intentan colarse impíamente por todos los recovecos de tu ser. Todos parecen vivir vidas maravillosas excepto tú. Todos tienen un ejército de amigos, viven noches excepcionales y disfrutan de suculentas cenas, menos tú. Pero quizá, no todo es lo que parece...
Pues te diré algo que, tal vez, alivie tu umbría melancolía. Lo que acabas de ver se llama postureo y no necesariamente debe corresponderse con la realidad. Es algo más presente en nuestras vidas de lo que somos conscientes y llegaremos a reconocer. Sólo es una foto. Deja de montarte historias absurdas en tu mente. Una foto que sólo dura el tiempo de apretar el botón. No sabes si después de hacer la foto, todos se fueron a su casa. El postureo consiste básicamente en aparentar, pero sin que parezca que estamos aparentando. Porque el postureo crea adicción a la validación. Y al igual que un adicto a las drogas, alcohol o juego, estos tampoco lo reconocerán. Nadie está sonriendo todo el tiempo. Y si hay gente así, seguramente no sean de fiar. Son tan felices que tienen que publicarlos en las redes sociales, para que todos los demás sepan lo autorrealizados que están. A lo mejor, todas las chicas de la foto tenían novio. O las copas eran de garrafón. Puede incluso que la comida se enfriara mientras hacían la foto y la posteaban en Facebook, Twitter, Instagram, Tumblr, Pinterest o YouTube, O tal vez la cachimba era de tabaco de naranja del malo, del que venden en el chino.
Pero eso no aparece en la foto. Eso es lo que nadie te cuenta. Porque esa es la letra pequeña del contrato del postureo. Francamente, a nadie le interesa ver una foto de tu elaborado desayuno, a menos que tú le des like a otra foto suya de su elaborado desayuno. Eso no es tener clase. Por si no lo sabías, la gente que realmente puede presumir no se dedica a ello. No lo necesitan y probablemente jamás lo hayan necesitado. Pero no sufras. Todos lo hemos hecho alguna vez, incluso quien escribe estas líneas. No es vergonzoso, ni motivo para quedar confinado en Carabanchel durante cuarenta años. Dicho esto, te contaré un secreto: cuando veas gente posturear, alardear u ostentar, créeme: presumen exactamente de lo mismo de lo que carecen. Todo es falaz, baladí y engañoso. En su fuero más interno, aún no se lo han terminado de creer.
Ahí no reside la auténtica felicidad. Una felicidad tan efímera como la fracción de segundo que tardaron en hacerse la foto. Ser feliz consiste en disfrutar del momento, conformarse con lo que se tiene y luchar por los sueños. Sin más. Nadie es más feliz por tener 900 amigos en Facebook que, a buen seguro, les apoyarán en sus malos momentos. Porque por extraño que parezca, esta gente también tienen días que desearían no haberse levantado. Y los dejan sus novias que, con certeza, no serán modelos de Victoria's Secret. Son personas normales como tú y yo. Y también se tiran pedos. Porque estoy convencido de que los likes no le dan un reconfortante abrazo, ni les hacen más inteligentes, ni más valiosos que alguien que, sencillamente, es tan feliz que no tiene que anunciarlo a cascoporro en las redes sociales.
Fuente: Compartiendo macarrones (1/11/2014). Las redes sociales, el postureo y el afán de mostrar a los demás lo felices que somos. Blog Compartiendo macarrones.
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