En las pasadas navidades, el regalo estrella no han sido las zapatillas con lucecitas de colores para los niños, ni el célebre roscón de Reyes y, por extraño que parezca, tampoco la barbie siliconada con tacones del Bershka. Lo que lo ha petado y sigue petando hasta ahora es el dichoso palo del selfie. La gente está repleta de ilusión con este nuevo invento. Y no lo entiendo. Sólo es un palo. Hacienda (que somos todos, aunque unos menos que otros) nos mete un palo cada mes y la gente no se emociona tanto. ¿Y en qué consiste el invento del siglo? Porque no cabe duda de que estamos ante el gran descubrimiento de nuestra era, por encima del doble check azul en WhatsApp. Básicamente, se trata de un palo retráctil con un mecanismo al extremo que sujeta el teléfono para hacer la captura. Y ya está. Y el calimocho es coca cola con tinto.
Pero eso no es lo grave del asunto. Según se han hecho eco muchos medios en Japón, el jodido altamente interesante palo de selfies fue recogido en un libro llamado Inventos estúpidos de Japón allá por el año 1995. Y a la gente entonces le pareció una gran mierda. Se puede decir que pasó muy inadvertido entre el siempre exigente público nipón. ¿Por qué nadie le dijo a ese japonés que lo patentara? Es decir, la sociedad está flipando actualmente por un objeto que era una mierda hace veinte años. ¿Qué va a ser lo próximo, inventar el troncomóvil? ¿Volver a los móviles tamaño ladrillo? Muchos diréis que ahora los teléfonos parecen baldosas, pero dado el ritmo en que está involucionando el mundo, no sería de extrañar.
La sociedad retrocederá dos décadas. Médico de Familia volverá a emitirse en televisión, conduciremos un Opel Kadett, se volverá a implantar la mili, Lou Bega volverá a los escenarios y el Betis seguirá sin ganar la Liga. Pero no pasará nada. Al menos, tendremos un palo de selfie para inmortalizar nuestro risotto con boletus y albahaca para posturear mostrarlo socialmente. Y cuando la gente le dé like, ya lo habremos digerido. Y no es que los selfies se inventaran en 1995. Existen desde que el mundo es mundo, casi tan antiguos como las pinturas rupestres os Jordi Hurtado. El selfie se inventó cuando a alguien se le ocurrió la idea de hacerse una foto by himself.
El caso ha trascendido las fronteras que separan lo coherente y lo irrisorio. El museo Thyssen ha prohibido la entrada de estos artilugios, dado que la gente patosa podría dañar severamente las obras que en ellos se muestran. O sea, al lado del cartel de No se admiten perros, pondrán el de No se admiten palos de selfie. Y es algo positivo. Porque estoy seguro de que Picasso se retorcería en su tumba si viera a la gente apuntando el Guernica con un palo de metal. Y yo también lo haría. Pero que no llegue la sangre al río. Porque, a partir de ahora, a nadie le importará decir que se ha llevado muchos palos.
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