Existen imágenes que permanecen almacenadas en las áreas más impenetrables de nuestra mente, cuya esencia se torna inmarcesible pese a la erosión causada por los años, la experiencia y las decepciones. Nos estremecen con sus voraces garras y se enquistan en nuestro alma, por más que sean sepultadas en nuestras profundidades más abisales. Son vivencias, almacenadas en lo más hondo de nuestro ser, que, con la clandestinidad onírica que producen los sueños, afloran de vez en cuando para recordarnos alguna etapa de nuestra vida. La mayoría de ellas, volátiles y escurridizas, perpetran sensaciones de efectos destartalados que creíamos desconocidos y que nos hacen recordar quiénes fuimos alguna vez.
Puede que los fugaces fotogramas que sobrevivan al despertar mantengan un hilo de vida en forma de efímero recuerdo. Y si así fuere, mejor que sigan adormecidos en un duradero letargo hasta que la bóveda añil vuelva a apoderarse del firmamento. Igual será ahí cuando vuelva a surgir tu cada vez más arcana imagen asediada por los vetustos escombros de una fortificación que creímos inexpugnable y que nunca se alzaría, de astillas calcinadas de una antorcha que lució con cegador fulgor, de una tierra yerma y despoblada que jamás llegó a ser conquistada o de una aventura repleta de ingredientes inverosímiles que no tendría un final de película. Pensamos en lo que fuimos y ya nunca seremos; por los momentos que ya nunca más serán. Porque todos esos elementos merecen un brindis con fragancia de margarita deshojada cuyo eco se desvanece al unísono de nuestros caminos separándose para, quizás, encontrar otros destinos que encierren historias más dignas de ser contadas.
Porque ya no me acuerdo de lo que fuimos, Ni de lo que pudimos ser. Y tampoco de lo que una vez pensé que pudiéramos haber sido. Sólo recuerdos de un legado incalculable sin los que no se hubiera erigido ni una sola coma. Y palabras. Sobre todo, muchas palabras, algunas de ingrato revivir que eclipsaron a otras que el amor les otorgó el calificativo de inolvidable. O tal vez, puede que sí recuerde lo que fuimos: Recordarte con furia y felicidad, encontrarme alegre y afligido, estar satisfecho y rencoroso, evocar con una sonrisa un desengaño, invocar tu aroma con recelo, mostrarme altivo y débil, sufrir un vahído y reponerme con esmero, embriagarme con tu veneno mimetizado con disfraz de pócima mágica, descender a los cielos y ascender a los infiernos. Mantenerme erguido por orgullo, tambalearme por la soberbia, caer a merced de los reproches y levantarme por ti. Quedémonos con lo que fuimos, por el amor y por el desamor; por la nostalgia del pasado y por los besos que no besaste. Porque así fuimos o, tal vez, algo así hubiéramos llegado a ser.