8 de mayo de 2017

Pasado, pesado


El pasado es un amante despechado que siempre regresa. Lo hace cuando menos te lo esperas, con la sórdida intención de noquearte con una fulminante dosis de realidad. Se trata de un enemigo, surgido desde las trincheras más franqueables de tu subconsciente, que aflora para interponer lastres en el rumbo que tu vida comenzó a dibujar. Porque el pasado no entiende de ética; para él, bien y mal no son más que concepciones sociales que esbozan el contorno de lo que deberíamos ser; ni tampoco de lógica, que limita las fronteras de la ética; y por supuesto de amor, que se desentiende de toda ética y de lógica, pero es la principal fuente de la que bebe el pasado.

Aunque tengas la desfachatez de creer que te has librado de él, el pasado llamará a tu puerta, para saldar las cuentas pendientes. Y como el más implacable de los acreedores, no avisará ni con cinco minutos de antelación. Da igual que las creyeras canceladas, siempre volverán. Llámalo caprichoso, pero no le convence la idea de que te vaya bien. Anticipándose a tus reflejos y colándose por la capas más permeables de tu recién estrenado bienestar, aparecerá. Igual ni se para a saludar, pero ahí estará, haciendo acto de presencia. Ufano ante la victoria que puede protagonizar, hará que la sangre vuelva a emanar de las heridas que un día creíste cicatrizar. Heridas que, hoy día, no son más que el triste recuerdo del daño que ya nunca más te harán.

Y ahí estás tú. Sólo de bruces ante tu pasado. Lo localizas entre la multitud, son muchos los que están a tu alrededor, pero ahí lo percibes. Es inconfundible. Muchas cosas han cambiado, pero otras mantienen la misma forma. Vuestros ojos se retan en un duelo eterno. Con más experiencia, pero proyectando la misma ingenuidad, os empeñáis en rehuir las miradas, cayendo en un abismo que deseas que no termine jamás, diluyéndote en recuerdos que creías olvidados, sintiendo el vértigo a la altura del esófago y con la esperanza de que la fragilidad no se pueda leer en tus retinas. Te sientes desprotegido, sólo como el niño al que olvidaron recoger de clase, falto de la seguridad que el tiempo te brindó. Un tiempo que perdió toda su dimensión, que convirtió el pasado en presente y dejó al futuro en manos del pasado.

Porque el pasado es la esquirla del recuerdo. Es como el historial médico de nuestro corazón. Pasado y futuro difieren en el lienzo donde se encuentran escritos; en tanto que el primero habita en la memoria y el segundo lo hace en el deseo. El pasado nos hizo a su imagen y semejanza, nos inoculó odio y reproches, cultivó debilidad para recoger fortaleza. Se fue para llevarse lo mejor de nosotros, para enseñarnos las lecciones que nunca quisimos aprender. O dicho de otro modo, nos jodió de lo lindo. Sólo en nuestras manos está dedicarle una mirada de compasión, desde el púlpito de la perspectiva para dejarlo atrás como lo que es: una página leída y sepultada bajo un índice de desengaños.

@joseangelrios92

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