9 de febrero de 2017

Bórrame


Lo has leído bien. Puedes borrarme. Quítame de tus contactos, sin tacto y sin la deferencia de avisarme. No te preocupes, que lo tomaré como la forma previa de hacerme desaparecer de tu recuerdo. Y hazlo ya, antes de que puedas arrepentirte, víctima del recuerdo y presa de la melancolía. Será tu forma de decirme adiós en la virtualidad, aún sin habérmelo dicho en la realidad; el mensaje que nunca contestaré, la última conexión que jamás revisaré, los emoticonos que siempre me recordarán a ti y el Te quiero que nunca encontrará destinatario.

Te doy permiso. Puedes hacerlo tú, que yo ya estaré demasiado ocupado echándote de menos. Y dado que éste acelera a medida que crecemos, yo lo despilfarraré recordándote. Bórrame y que no te tiemble el dedo, al igual que tampoco te quebró al agregarme. Borrar y eliminar: sentimientos vecinos, habitantes de tierras fronterizas, gemelas forzosas, el haz y el envés de las relaciones humanas, conceptos antagónicos en páginas colindantes. Como los servicios en los bares, entras en mi perfil y al fondo a la derecha. Sí, en el mismo sitio donde me agregaste, aquel enclave donde supimos que lo nuestro era especial. Lo sabíamos. Fue la oportunidad que el destino nos brindó y que, como buenos idiotas, no supimos —ni quisimos— aprovechar. Porque lo nuestro fue como el círculo, el lugar donde convergen el principio y el final.

¿Ya me has borrado? Venga, quítame, antes de que yo te bloquee. Hasta de Instagram, aunque no tenga —ni vaya a tener jamás— y de Tuenti, aquel terreno ignoto donde residía tu adolescencia, aquella que no tuve el placer de disfrutar. Y ya si me dejas de seguir, mejor que mejor. O siempre puedes reportarme como spam. No te rayes, que cosas peores me han llamado a lo largo de mi vida y algo me dice que todavía no he oído lo peor. Por si aún no lo sabes, ya no quiero que estés suscrita a mi vida y te quedes en un rincón, en el del correo no deseado de nuestro corazón. Hazlo deprisa, que para mí será el colofón perfecto a nuestro desenlace: la historia que jamás quise contar, de la que siempre recordaré hasta el último matiz del principio y haré lo posible en volatilizar el final

Rápido, bórrame como amigo ya. Y agrégame como enemigo, que igual es más divertido. Borrar como amigo, si es que alguna vez nos tragamos eso de la amistad. Eliminar de tu lista de amigos, ja. Permíteme que esboce una sonrisa en forma de carcajada carente de eco pero con la misma intensidad. Debería haber una lista del corazón, esa de la que siempre saldrá más gente de la que merecerá estar. Concíbela como los botes salvavidas del Titanic: no hay sitio para todos y, cuestiones pecuniarias aparte, sólo los mejores deben estar. Ni tu foto de perfil, ni tu estado quiero ver ya, sólo quedarme con el monigote gris, ese ser tan desangelado que siempre será como el solar de lo que una vez hubo o, quién sabe, la antesala de lo que estará por comenzar. 

Y si me bloqueas, incluso mejor. Lo creas o no, me haces un gran favor. Ya no sentiré el miedo de volverte a hablar, de saber cómo estás —eufemismo de stalkear— o si te acuerdas de mí. Miedo de ti, de tu silencio, de respuestas que no quiero escuchar, de faltas de contestaciones más reveladoras que la parrafada más colosal. Silencios que hablan sin articular palabra y conversaciones que dicen menos de lo que me atreví a pensar. Al final, va a ser verdad que el mundo a la mierda se va. Y miedo, también, de desenterrar lo que la historia se encargó de sepultar. Un término tan inquietante como síntoma inequívoco de estar en las puertas de tomar la decisión correcta. Llámame exigente, pero me cansé de tomar las decisiones correctas y comenzar a hacer lo que me dé la gana, desligarme de lo puramente convencional, de lo políticamente correcto, de los insípidos A ver si nos vemos y llamar a la gente con la que de verdad quiero estar.

De WhatsApp también me puedes borrar. Lista de contactos, seleccionar, desvincular, actualizar y voilà. No tiene pérdida. Fácil y sencillo; simple y cómodo; reparador y terapéutico. Me encanta el siglo XXI. Son acciones mecánicas ejecutadas con la yema de nuestros dedos, envueltas de una frialdad tan envolvente como evidente de que hasta las decisiones más difíciles están al alcance de nuestras manos. Aunque mi timeline parezca más huérfano sin ti, te desetiqueté de mi vida, ni una muesca de tu recuerdo en el muro de mi corazón queda ya y tu foto de perfil en mi chat hace mucho tiempo que dejó de estar, un poco después de la época en la que dejaste de ser. Porque te borré de ella mucho tiempo antes de que ambos, succionados por la irremisible inercia de los acontecimientos, le diéramos al botón de borrar. Y mira, fue lo único bueno que juntos hicimos hasta el final.

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