Porque si te vas, yo también me voy. Jamás pensé que fuera a comenzar un artículo con semejante frase. Se ve que hay una primera vez para todo. Qué le vamos a hacer. Ya que le dan el Nobel de Literatura a Bob Dylan, como si empiezo con un siempre original y para nada trillado «Había una vez...». Pero volviendo a la cuestión central, escuché una vez una frase que, más allá de su sonoridad y los retazos de frase de cuenta de Twitter que desprendía, caló en mí de una forma en que sólo lo han hecho aforismos tales como «Tenemos que hablar» o «Se está rifando una hostia»: «Quien se va cuando no lo echan, vuelve cuando le da la gana».
O algo así. Porque si te vas cuando no has sido echado, nadie te impide volver sin ser llamado. Que sí, que la frase mola más que un Chevy Nova de 1974 con vinilos flamígeros e incluso varios Likes en Facebook te puedes llevar si lo pones de estado o de título en una sugerente foto, de esas impregnadas en una filosofía oriental que delatan tus morritos. ¿Pero tan obvio es? Pues incluso menos que aquello de «Quien más te quiere, te hará llorar». Falso, falaz, incierto, banal, engañoso, ilusorio, fraudulento y todos esos adjetivos que básicamente lo mismo vienen a significar. Porque no nos vamos a engañar. Quien te quiere no te hace llorar: te cuida, te protege, te busca, te ama, te llama, da las gracias cada día por tenerte a su lado y, por supuesto, te hace de todo menos llorar.
Es totalmente estúpido. Casi tanto como lo de «Querer que seas feliz aunque no sea a mi lado» o «No te merezco». Escusas, pretextos, cortinas de humo y, en suma, gilipolleces. Los eufemismos son los catalizadores que lo políticamente correcto aplica a la sinceridad. Quien te quiere no te deja marchar y, si te largas, hará lo posible por verte regresar. Como el turrón por Navidad, la siempre temida vuelta escolar o el pasado que un día te hizo zozobrar. Y si te fuiste y no hizo nada por retenerte, te alegrarás. Créeme que ese día llegará. Si tu tiempo no has de valorar, nadie más lo hará. Por eso, mantente lejos, erige un océano de distancia entre nosotros, escóndete agazapada entre la maleza y ni en recuerdos te vuelvas a acercar. Porque si la memoria más próxima a mí te hace estar, igual en una balsa de amnesia mereces navegar.
O lo mismo, no te querían tanto como te decían, porque si tu ausencia no le sirvió para reflexionar, es que a tu presencia hizo de todo menos apreciar. Y si sigues ahí, superando los límites que la dignidad impone al amor, cediéndole tu cabeza al verdugo para que le aseste un hachazo a los designios de tu corazón, dejaste de ser víctima para convertirte en copartícipe. Porque no te conformes con un «Ya te aviso yo si eso» o «A ver si un diíta nos vemos» —sin saber la diferencia exacta entre día y diíta, pero bueno—. Así que lárgate, quédate ahí dónde estás, bien a gusto. Pero sentada, por aquello de no cansarte de pie esperando. Y sírvete la copa de mi indiferencia, porque a veces es mejor ponerse en peligro, dejando oscilar como un péndulo tu integridad emocional e incluso sentirte desalentado por no haber conseguido lo que te habías propuesto para salir reforzado del batacazo, liberado de tus grilletes y, con la boca bien grande y tu conciencia a salvo, decir: «Que te den, aquí me bajo y que te vaya bonito».
@joseangelrios92