10 de abril de 2016

Menos pensar y más sentir


Nos pasamos toda la vida pensando. Pensamos si estamos haciendo lo correcto, si es buena idea esta o si es mala la otra, mientras las oportunidades desfilan delante nuestra sin ni siquiera habernos percatado de ello. Nos dicen cómo tenemos que ser para conseguir todas esas metas y aspiraciones que no necesitamos para nada. Y por el camino, hemos engrosado varios ceros en las cuentas corrientes de personas que, sin conocerlas y sin conocernos, guían nuestro destino con más determinación que la que nuestro orgullo llegará a reconocer.

No pienses tanto y haz lo que te dé la gana. A decir verdad, no se trata de decir lo que uno piensa, sino lo que siente. Porque pensamos que van a ocurrir cosas, sin caer en la cuenta de que lo único que va a pasar es este día que no volverá jamás. Apaga la monótona alarma del despertador. Levántate, dile a tu madre que la quieres, sal a la calle con el ultraje de no haber combinado los colores y camina por esas zonas que decodifican recuerdos de tu infancia. No esperes lo que esté por venir, sólo sal y búscalo. Porque resignarse a esperar es como gritar a los cuatro vientos que nos sobran días de vida. Y a quien le sobra días de vida es realmente porque se lo merece.

Venga, piensa un poco menos. Di lo que te molesta. A ver lo que pasa. Que a lo mejor, con suerte, no te parten la cara. Olvida los prejuicios, las prenociones, los estereotipos y las modas. Al cuerno con las modas. No sigas las modas por seguirlas, ni las dejes de seguir por no seguirlas. Confecciónate a ti mismo, sitúate en ese limbo social de carácter indefinido y que se encuentra en el ecuador de lo correcto y lo incorrecto. Sólo ahí te podrás sentir con la suficiente displicencia para mirarlos a todos por encima del hombro, penetrarlos con una incisiva mirada de altivez propia de un portero de discoteca y sentirte así, como el sol cuando amanece: libre.

Di palabrotas. Muchas y todo el rato: coño, puta, joder, cabrón, carajo, zorra, pollas, cojones, políticos. Llama a las cosas por su nombre y propínale un fuerte puntapié a los eufemismos, enchufándoles un gol por la escuadra a la sinceridad. Tatúate todo aquello que tu subconsciente se haya obsesionado de dejar sepultado todos estos años. Y hazlo en el color que más te plazca. En cursiva y todo. O si lo prefieres, juégatela y póntelo en chino. Sólo así sentirás que, desconectando de todo, te irás progresivamente enchufando a la vida. No a esa vida que nos han aleccionado para vivir, no. A la auténtica vida.

O pon tierra de por medio. Compra un billete sólo de ida, ligero de equipaje como diría Antonio Machado y como único destino la travesía que tienes por delante. Haz autostop, móntate en una Volkswagen Combi tuneada con esmero y divisa ese inhóspito secarral que se abre paso ante ti. Duerme en una gasolinera, sin más techo que el telón que estrellas que te acurruca con su gélida brisa en mitad de la nada. Y enamórate por el camino, ya puestos. Cuando te sientas que ya has tirado la casa por la ventana, que no se puede ser más bohemio o progre, según el periódico que leas, apaga el wifi de tu smartphone. ¿Que aún lees el periódico? Pues deja de zambullirte en ese reguero de desgarradoras noticias y, sólo por hoy, aunque sea por un ratito, busca la verdad. O mejor aún, tu verdad.

Deja de pensar. Deshazte de todas esas ideas autolimitantes impuestas por esas personas que nunca las consiguieron. Y si me lo permites, nunca lo conseguirán. Ni que decir tiene que dejes de retuitear ipso facto las cuentas que te enseñan a cómo soñar para sólo producirte estremecedoras pesadillas. No busques más en Google cómo vivir bien, encontrar tu estilo de vida y artículos de verso etílico donde el listillo de turno, que adopta el nombre de gurú, te dice como tienes que vivir. Y por encima de todo, no dejes que nadie te diga ni lo que tienes que hacer, ni cómo pensar o cómo dejar de sentir. Ni tan siquiera yo.

3 de abril de 2016

La noticia es la velocidad


Hay veces en que la realidad se empeña en desmentirse y se nos convierte en auténtica literatura de ficción, como si pretendiera sorprendernos mostrándonos su predilección por los extrarradios de la razón en sus propios devaneos casi literarios. Entonces, como cualquier aficionado a la literatura, la propia realidad pareciera también lanzarse en busca de metáforas que nos digan – o nos desdigan- sobre cómo explicarnos a nosotros mismos.

La noticia está en todos los periódicos con un titular más o menos parecido: Cazado en Madrid a 297 hm/h un Porsche. Su conductor, un discapacitado sin carnet. Incluso en Diariomotor puede leerse la misma noticia con ribetes casi literarios: Era un día soleado, y una pareja de la Guardia Civil tenía instalado su radar camuflado en el kilómetro 4 de la autopista de peaje R4, entre Pinto y Parla. Lo que no podían imaginarse es que su turno iba a saldarse con lo que a todas luces es el mayor exceso de velocidad que han captado los radares de la Guardia Civil. En un instante, un Porsche pasaba a toda velocidad a su lado, tan rápido que apenas tuvieron tiempo de identificar con claridad el color. Cuando contemplaron el cinemómetro imagino que no darían crédito a lo que veían sus ojos, el radar había detectado a un Porsche 911 Carrera a 297 km/h.

Es así. La noticia es la velocidad, y convertida ya en metáfora, pareciera venir a querer contarnos cosas sobre lo que profundamente somos, trascendiendo así su condición de noticia para hablarnos sobre la propia condición humana. La velocidad es el signo de estos tiempos. Es lo que nos decimos cuando nos convertimos también en aficionados a filósofos y pretendemos explicar en un titular todo el entramado que anuda la complejidad de la sociedad y la época que nos ha tocado vivir. Somos velocidad y somos noticia y tanto una como la otra parecieran alejarnos precisamente de lo que somos. O quizás no

Hubo una vez en que el hombre debió sentirse interpelado por la lejanía y llegar lejos pudo ser desde siempre una de nuestras aspiraciones más profundas para fundar en torno a ello una épica que hemos venido alimentando a través de nuestros héroes en la literatura, el cine o las noticias. De la misma manera, la aventura de llegar lejos contiene en la otra cara de la misma moneda relatos que pudieran hablarnos de huidas que son también hacia adelante entre el vértigo y la incertidumbre; y en esas estamos.

A cada época, su épica; eso podríamos decir al pensar en cómo la velocidad se ha instalado como una de las formas más genuinas de nuestra cultura, aún sospechando de su oportunismo de venir como anillo al dedo a gran parte de la irracionalidad en la que parece fundarse algunos de sus presupuestos. Hablamos de velocidad que es distancia y es tiempo, también en nuestras vidas, donde la propia experiencia apenas tiene tiempo de ser algo más que la emoción momentánea que se superpone a la necesidad de otras nuevas y continuas experiencias y emociones. Hay que vivir intensamente -otro signo de los tiempos-; eso diríamos mientras de la misma manera se suceden las noticias que se superponen también continuamente, para ser y dejar de ser sustituida por la siguiente en los sucesivos titulares de periódicos y telediarios. Es la velocidad y es la noticia; y, si nos pusiéramos exquisitos, también pudiéramos decir que es la fugacidad como nuestro destino irreversible hacia el vacío.

A cada época, su épica; y quizás vivamos estos tiempos con el vértigo y la incertidumbre del comienzo de la experiencia del vacío de la épica, un vacío por deshumanización -otra forma de alejarse- que llena nuestras pantallas de extravagancias que se venden como ficción. Es entonces que la noticia de un Porsche cazado a 300 por hora, conducido por un discapacitado sin carnet, pareciera venir a rescatarnos desde muy adentro de nuestras rutinas cotidianas, que limitan al norte con la normalidad y la sociedad de consumo, y al sur con la desigualdad y la transgresión. Quizás sólo sea nuestra propia manera de reivindicar la épica, de rechazar el vacío de la épica en nuestras vidas. Por eso miramos la realidad buscando que nos sorprenda con guiños que son propios de la literatura que como siempre tiende a rizar el rizo entre aventuras y desventuras, entre héroes y antihéroes. Y en esas estamos.

Manuel Martín Correa.