Cada vez resuena más lejano en el tiempo aquella cálida tarde de invierno. Una tarde con sabor a noche que marcaba el ocaso del invierno, de ahí lo de cálida. Una estación marcada por tópicos como las florecillas, las rebajas, las hormonas, las mariposas de las que vuelan y las mariposas que revolotean en el estómago. Un encuentro mágico cuya fecha quedaría grabada con una tinta tan indeleble en el dorso de una tarjeta como el narcótico efecto que marcaría más de lo que me hubiera atrevido a reconocer.
Dicen que la vida no se mide por los momentos que respiras, sino por aquellos que te dejan sin aliento. Si de verdad fuese así, estoy convencido de que harían falta varias toneladas de inhaladores que, por un momento, me transportaran al mundo real. Un mundo que, precisamente por su verosimilitud, ha confinado las auténticas emociones que mueven nuestras vidas a un insolvente segundo plano. Un momento arcano tan inteligible como escurridizo en el tiempo que se puede escapar en un simple chasqueo de dedos.
Si te vuelvo a encontrar, recordaría a modo de flashbacks aquellos momentos, como de una diapositiva se tratara. Siempre me aburrieron las diapositivas en clase, así que espero que ese encuentro no me dé ganas de bostezar. Al final, lo cierto es que todos atesoramos más fracasos que éxitos. La derrota es la condición ineludible que precede la victoria. Y nos va reforzando por el duro sendero que al final resulta ser la vida. Paralelamente, se reblandece nuestra sensibilidad y nos desprendemos aquellas viejas ataduras, miedos e inseguridades que, tan sólo unos años atrás, nos parecían incluso afectar. Y aunque parezca irónico, no cambiaría todos esos fracasos por esa intangible fracción de segundo que permanece hierática almacenada en algún lugar de mi mente.
Si te vuelvo a encontrar, retrocedería a una época en la que estaba tan seguro de las cosas que hacía como hoy tan inseguro de las opuestas. El transcurso del tiempo es inevitable y, con él, los distintos devenires que parece depararnos la vida. Todo parece seguir igual, la terraza donde te vi por primera vez, la espuma de la cerveza que toman quienes hoy están sentados allí, el televisor donde echaban aquel partido cuya emisión se trababa por segundos, el banco que hizo que disfrutara cada segundo como si de un minuto se tratara y aquella despedida en la que anhelé que cada minuto se transformara en un segundo. Un adiós que, aunque no exento de inocuidad, se encargó de que, por mucho que pase el tiempo, el cielo seguirá teniendo el mismo color.
Si te vuelvo a encontrar, no dudo que evocara las mismas sensaciones, aunque fuera tan efímera como aquel inefable momento en el que te vi por primera vez. Los psicólogos lo llaman regresión asociativa. Yo prefiero concebirlo como ese tesoro cuyo valor se disipa si se abre el cofre en el que se encuentra contenido. Tu fragancia dejó de inocularme su embriagadora esencia tan rápido como se disolvió con el inmarcesible paso del tiempo. Las mariposas del estómago eclosionaron de sus crisálidas para aletear en una nueva primavera repleta de rosas rosas, valga la redundancia, con rumbo a la ilusión en un cielo que sigue siendo azul. Y el tiempo demostró que tu recuerdo se transformó en el marchito recuerdo de una novela leída hace más tiempo del que creía recordar.
Se que diciéndote lo que pienso no va á ser un comentario bastante bueno como para satisfacer te y seguir escribiendo y publicando de esta tan excelente manera, eres mi amigo y creo que podría entender lo que piensas escribiendo esto, aunque no lo escribieras. Y como no se expresarme de igual manera como tu, no dejo el comentario que tu deseas verdaderamente, pero que sepas que lo he leído todo, y me ha gustado.
ResponderEliminarCon lo que me has dicho, creo que me ha quedado muy claro lo que piensas. Un honor tener amigos y fans como tú, Alex. Un abrazo, amigo!
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